miércoles, 11 de agosto de 2010

texto de david

Otra vez como cada noche, corro. La lluvia cae sobre mi piel y se desliza suave y fría, empapándome por completo en esa oscuridad cerrada.

Corro sin rumbo fijo, desde ningún sitio, hacia ningún lado, como escapando de algo o alguien que me persigue, algo que no veo, pero puedo sentirlo. No está cerca, ni lejos. No sé dónde está. En medio de la oscuridad consigo divisar algo. Algo blanco que contrasta con el paisaje. Es el banco, el mismo de todas las noches, rodeado de árboles que mueven sus frescas hojas verdes al ritmo de la lluvia y el viento que me empuja inevitablemente hacia el banco. Las hojas de los sauces lo tapan, acariciándolo con suavidad. Sigo corriendo hacia el banco, sumido en el pánico de la oscuridad que me persigue, que cae sobre mí como un león sobre mí como un león sobre su presa. Ya queda poco, veo el banco con claridad. Un golpe de viento mueve las hojas de los sauces, destapándolo. Pero no es como otras veces.

Algo ha cambiado, el banco no está vacío. Una silueta femenina me mira, clavando sus intendos ojos verdes en mi figura. Me mira con atención, examinándome.
Dejo de corre. La observo. Silencio.
Un leve movimiento de sus perfectos labios mojados, un sonido, una frase, tres palabras:

-Te estaba esperando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario